De Robin Hood a Deleuze: o sobre cómo se hacen cosas con conceptos.
ROBIN ENTRE LOS CONCEPTOS
Me interesan los conceptos, porque la gente los crea, después los cree, y después pasan cosas. Pero no siempre se puede volver atrás una vez hecho el chiste de crearlos. A veces le llaman problema de las consecuencias no intencionales de la acción (en este caso, crear conceptos como el de la regla de Ruffini, que alguien lo inventó, y sirve para dividir polinomios, y yo nunca los usé para nada a los polinomios desde que fui al colegio y los dichosos artefactos matemáticos me dificultaban un poco la existencia, que podría haber sido más relajada u orientada hacia alguna otra cosa más de utilidad o de mi interés, incluso dentro de las mismas matemáticas por las cuales siempre he tenido una afición no acompañada de talento, tal como me ocurre con la guitarra). Eso de las consecuencias no intencionales, recogiendo un poco el hilo, me produce reminiscencias del mito, que a mí los mitos que se presentan como tales suelen gustarme, de la caja de Pandora (que podría ser más bien un ánfora, según creo haber leído sin recordar bien dónde, y capaz que es asunto de TRADUCCIÓN; en eso de los helenazgos mucho no me meto pues soy casi un cero a la izquierda; más bien le pregunto a la Intérprete, que ella traduce Heráclito, es decir, lo interpreta, y eso debe ser groso...). Ripio aparte, el tema es cuando empezamos a creer en los conceptos. A veces sucede por voluntad propia, como cuando inventamos conceptos tipo Barsalou (por ejemplo, la categoría de objetos que podría comprar para el cumpleaños de Gómez) a los que hace referencia Hofstadter en su libro Surfaces and Essences, y nos servimos de ellos. Otras veces es medio a palos. Y paso a ejemplo.
Según he leído, en la baja edad media parece que los campesinos pobres no entendían muy bien el concepto de que las tierras, que transitaban y usaban libremente desde generaciones perdidas en memoria, a partir de no se cuándo y por obra de no se qué cosa que figura en papeles escritos en latin eran propiedad de no sé que Señor, y que no le vengan a andar cazando ni ocho cuartos ni nada raro por esos lares, que el Señor se enoja y le manda un hato de pandilleros armados y con perros, y van a ver cuántos pares son tres botas. (O yo mo lo imagino así, como una peli de Robin Hood; de todas esas que mi interacción con las PANTALLAS han sedimentado en mi memoria martillada por la cultura Pop, cosa que empezó a ocurrir mucho antes de que yo tuviera criterio para seleccionar la calidad de lo que entra por mis ojos; dicho sea de paso, una de mis preferidas es Robin Hood, man in tights, del gran Mel Brooks).
VIDEO
Hablando de pantallas, lo de nuestra interacción con sistemas físicos que producen imágenes dinámicas en dos dimensiones (digamos pantallas, para simplificar, aunque perdemos precisión puesto que hay otros dispositivos que producen imágenes dinámicas, por ejemplo la libretita con dibujos que varían muy poco y que hay que pasar con el dedo velozmente para que se "animen"; imagen movimiento podría ser otra expresión interesante), es todo un tema de lo más relevante para un antropólogo. Quizá ya existan trabajos al respecto. Si alguien sabe algo le agradecería referencias o ideas. Me pondría a investigar sobre el asunto, pero uno no puede andar en todo. Capaz que si a alguien le parece buena idea la toma, la investiga, y se hace famoso si resulta que era buena.
HOMO VIDENS
Homo Videns, de Sartori: tuve un PDF del libro, pero lo eliminé de la tableta electrónica ésta que uso para escribir (lo cual es bueno, porque lo de las copias no autorizadas de cosas que tienen copyright creo que va en contra de la ley, y lo hace rabiar al, por otra parte muy democrático, ecuménico (que no sé muy bien qué significa, pero suena lindo) y españolísimo Fernando Savater, en un bodrio que dice ser de ética publicado hace unos pocos años, y aclaro al señor Savater que por mi copia de todo ello he pagado hasta el último rublo; por mi parte, yo tengo otra ética, y largo ideas al viento sin preocuparme si alguien las roba o no, que la inteligencia humana es colectiva, y en épocas más nobles de la producción intelectual algunos hacían pasar buenas ideas propias por ideas de hombres ya famosos, más preocupados por la vida de las ideas que por el dinero y el Ego...); igual un par de capítulos al principio del libro del famoso politólogo italiano me leí a las apuradas; a Sartori le preocupa que mucha pantalla quizá nos esté haciendo medio bestia...
HOMO "SAPIENS" y TERRORISMO INTELECTUAL GEOMÉTRICO
Al libro de Sartori lo escuché citado por Menem, que lo debe tener al lado de las obras de Sócrates que también afirmaba, contra todo canon helenístico mas o menos reconocido, haber leído. (Carlos Corach daba las explicaciones del caso, si mal no recuerdo). Igual la cita era medio renga. Tenía que ver con transiciones como de homo erectus a sapiens a videns; algo así. Fernando Vallejo, en un ataque de misantropía vigoroso, y hablando, no sé si en serio o en joda sobre lo que considera las imposturas de los peces gordos de la física, le pone homo mendax. ECO SE HACE ECO de una tradición más antigua, que afirmaría más bien que el proprium del bípedo implume [que yo le llamo, pa tener una versión propia, no mucho más arbitraria que cualquier otra, mono "sapiens" (donde las comillas no son triviales), lo de mono como un tributo a Darwin, ya que según cierta sabiduría popular la teoría de Darwin dice que el hombre desciende del mono; algunos académicos se horrorizan, no sin cierta razón, ante semejante reduccionismo patanesco; lo cierto es que somos primates, parecidos al gorila, el chimpancé y el bonobo, en especial a este último, si bien le entendí a Frans de Waal; debería chequearlo en el el manual de antropología general de Harris que suele sacarme de semejantes dudas] es, volviendo a Eco tras el interludio, homo ridens. (Motivo de discusión en su novela El Nombre de la Rosa, entre el venerable Jorge y Guillermo de Baskerville; Jorge por la negativa de que Cristo hubiese sido risueño, si no me falla la memoria; y el que tenga fiaca de leer vaya a la peli, que no está nada mal, y se ahorrará de quedarse perplejo cada tanto por las parrafadas en latín que nos azota sin piedad ni traducción el gran semiótico piamontés). Lo que sería de notar, y es CONDUCTA SEMIÓTICA que no deja de asombrarme, es que las cosas suenan más importantes cuando se esgrimen latinazgos, griegazgos, y otros recursos simbólicos de escribas, pedagogos y aprendices de alquimista (fíjense que vide envoltorio farmacéutico ostentando el grandilocuente Cloruro de Sodio, que me hubiese amedrentado un poco si no fuera porque en mi barrio le llaman solución salina). Espinosa potencia el efecto al adosar a su latín el modo geométrico. A Nietzsche eso le parece histrionismo puro, y se pregunta qué clase de cosas se ocultan tras tamaño proceder. (Piensa que, por tanto, hay que interpretarlo; yo, mucho más humilde que Nietzsche, que no valoraba mucho la humildad, me limito a tratar de entenderlo a Espinosa, con muy poca fortuna la mayor parte del tiempo, dado que me cuesta un esfuerzo increíble y yo no soy ningún hercúleo, como no me canso de reiterar). En cualquier caso lo del aurea mathematica para mayor vender ideas no ha disminuido por las temporadas más recientes, y Jon Elster se lamenta de eso en un VIDEO que me resultó muy interesante (entre otras cosas porque tacha sin reservas a Marx de oscurantista, aunque en otra época le parecía un genio, una fuerza de la naturaleza, como puede leerse en un libro que se llama Una introducción a Karl Marx, y que publicó la editorial siglo xxi). Alguno recordará al vivo de Sokal y su transgressing the boundaries. Pero Taleb va mucho más allá, y trata a los economistas, en general, de patanes con ecuaciones que producen efectos perversos en la vida económica de las sociedades contemporáneas fomentando teorías que promueven acciones destructivas al distorsionar la percepción del riesgo; o, dicho en su jerga: malditos fragilistas que provocan Cisnes Negros encerrándose (y encerrándonos a todos los demás) en sucker games. En una frase memorable, Taleb habla del formalismo del idiot savant, comparando, para utilizar una metáfora cinematográfica, a las luminarias de la economía con necios contadores de cartas como el personaje de Dustin Hoffman en Rain Man. Pero, volviendo un poco al cauce, todo esto comenzaba con el modo geométrico de la ética de Espinosa (Aristóteles, en su ética nicomaquea muestra un talante inverso al desalentar la pretensión de precisión geométrica en semejantes asuntos mundanos, tan difusos, delicados, y poco propensos a la generalizaciones, sobre todo las apresuradas). Y dejemos ya a Espinosa, cuya ética nos abruma por su monumentalidad y forma geométrica de demostración.
EL POST-SCRIPTUM DELEUZIANO
Para tejer una relación espuria que me lleve de vuelta al principio, debería hacer referencia a un libro que compré cuando todavía era estudiante, y estaba escrito por un reconocido variador de temas espinosianos, según confesión propia, llamado Gilles Deleuze. Pero como nunca le presté demasiada atención a ese mencionaré otro par. Recuerdo borrosamente un texto del tal Deleuze que leí por ahí (en un libro que se llamaba Conversaciones, y lo publicaba Pre-Textos). Algo así como una carta abierta a uno que parece que escribió sobre el propio Deleuze, y da la impresión de que a Deleuze algunas cosas dichas por el otro escriba (cuyo nombre no ha calado en mi memoria, hubiese dicho en la primera redacción de esto que escribo, pero en la etapa de corrección acaba de saltarme el nombre de Michel Cressole) no le terminaron de cerrar del todo. Procedería citar con más precisión la obra, pero en un seminario que di a maestros de Tartagal, que andaban en eso de convertirse en Licenciados (quizá para que les digan licenciados como aquellos simpáticos personajes de Roberto Gómez Bolaños que todos los epocalmente sometidos por estos mares del Sur a la reproductibilidad técnica del multimedia y la ubicuidad notable del Carnal de las Estrellas (Molotov dixit), como yo mismo, solemos conocer) en un seminario para Maestros y Maestras con hambre de licenciarse, decía, en el cual el libro de Deleuze alguien, que no recuerdo, me lo pidió prestado por un tiempo que hoy juzgo largo a la luz del retorno aún no ocurrido del volúmen a quien pagó por él, osea el escriba que esto escribe. Dicho en corto: el libro pareciera que me lo han birlao (y tenía un encuadernado muy bonito). Si lo tuviese podría leer en él un escrito que, acudiendo a mi débil memoria, he de comprimir brutal y absurdamente en las siguientes n oraciones. El símbolo "n" en la oración anterior se debe a que no sé de antemano cuántas oraciones me llevará el resumir el post-scriptum sobre las sociedades de control. Empiezo a contar. 1) Deleuze dice que Foucault decía que para controlarlos y saber cosas de ellos durante cierto intervalo espacio-temporal a los monos sapiens los apilaban en instituciones como el hospital, la prisión, la escuela, la fábrica, el regimiento, etc. Así se los cuadriculaba para que paguen impuestos, sean útiles, y no anden haciendo líos que impidan el negocio social del progreso, que se mide en bienestar y la promesa (un poco ingenua e irrealizable del todo, bien vista la cosa) de seguridad y protección contra todo riesgo (lo cual termina en eso que dice mi ex profesor de facultad, Jorge Lovisolo, de las comparsas de videozombis movidos por retropropulsión a bostezo, en acertado aforismo, como él mismo comenta al principio de su libro Alarmas, hablando de Adorno, si mal no recuerdo, que lo tengo en Salta al volumen que he adquirido, y que le he regalado a la Intérprete, por lo cual debo comprarme otro si lo quiero seguir leyendo...). Sacando el ripio, la primera oración dice que antes era eso del encierro. La segunda es que eso ya no va a ser más así. Ahora lo que va a funcionar -dice la tercera oración, excluyendo el prescindible comentario del que se encuentra preñada- es asignarles una cifra y controlarlos al aire libre. Total, los cencerros electrónicos se los ponen ellos mismos y, además, para qué los vamos a espiar mucho, si ellos solos exponen su vida como cartelera y sacan fotos como japonés de una peli de los ochentas, y todo graban y todo comentan, y ahora para el burlesquerío chabacano, el correveidile, y la alcahuetería no escasean los medios. (Yo siempre digo que el sistema bancario sabe de algunos aspectos de mi vida más que yo, que, siendo más joven e imprudente, me he visto envuelto en maratones de consumo de bebidas alcohólicas, de esas en las cuales uno sale a medianoches con un designated driver, que debería estar completamente sobrio por prudencia y según establecen las ordenanzas vigentes, y en esas circunstancias uno tiene menos reticencia a seguir invirtiendo en intoxicación en vez de beber con moderación, como sensatamente nos recuerda, en responsable conducta semiótica plena de ciudadanía activa, la leyenda que todo envase de aquellas espirituosas sustancias debería ostentar, según normativa que no podría citar con precisión de pura ignorancia; así que a veces ni yo me acuerdo de por qué ando con menos plata, pero consultando los registros bancarios puedo hacerme una idea más ajustada de la que mi memoria aplanada por sustancias psicoactivas, como el ferné, me ofrece). Todo lo cual hace cada vez más ardua la privacidad, en medio de la proliferación de ojos y oídos electrónicos, y toda clase de dispositivos de registro a disposición, por ejemplo en esos cachivaches que se usan para "comunicarse" y "conectarse" (tema este sobre el que investigo para mi tesis de antropología, que espero sea tan divertida como la que le procuró a Castaneda su doctorado en Berkeley, aunque no me tengo tanta fe...). Por suerte ya casi no tengo cosas que esconder, mucho más allá de mis partes pudendas, y otras guarangadas que me ahorro gustosamente para darle el gusto a las abuelitas de tener modales básicos que propicien la convivencia y la colaboración entre los primates de nuestra especie y el entorno que posibilita su existencia. Mi abuelita sería menos barroca. Me diría que haga lo que mejor quiera con mi vida sin hacer daño a otros, y que me acuerde de ella de tanto en tanto; y no le desagradaría que alguna vez vaya a misa. (O al menos yo creo que ella aprobaría lo dicho en esa oración. Espero acordarme de preguntárselo para salir de la duda. Igual estando escrito tendrá un soporte (físico-electrónico, en este caso, y, por lo tanto, dependiente de energía eléctrica). Pero si se pierde no es tan grave. Así como el extraviado libro de Deleuze. Aquel donde está el post-scriptum, que yo comprimí bestialmente en tres oraciones.
1. Foucault habló -diz Deleuze- de las sociedades disciplinarias cuyo mecanismo principal de poder eran instituciones de encierro.
2. Nuestra sociedad se encuentra en mutación a algo distinto, a saber:
3. Sociedades de control: se le asocia una cifra y se los controla al aire libre. (Y hay que recordar que una de las lecciones del Panóptico es que, una vez disociada la pareja ver-ser visto, una vez generada la asimetría, lo importante no es que la mirada esté fija en las coordenadas a vigilar, sino la virtualidad, el hecho de que sería posible fijarla cuando se lo considere necesario).
RECORRIDOS POR LA VERY IDEA OF CONCEPTUAL SCHEME
No tengo ni la menor idea si lo que Foucault o Deleuze dicen es así como ellos dicen. Tienen una forma de escribir que a mi me resulta no pocas veces ininteligible. Y cuando uno no está seguro de lo que significan las cosas, mejor es no andar opinando a favor o en contra. (Al menos a mí me parece que no es una actitud epistémicamente virtuosa, y no pocos filósofos recomiendan el minimalismo en materia de opinión, y a mí el estilo minimalista me puede; tanto así que pongo, de puro paradojo, un pomposo y poco efectivo barroquismo desmañado y carente de originalidad al servicio de abogar por la causa más austera del minimalismo expresivo; que es como haz lo que yo digo, no lo que yo hago; pero digo en mi defensa que cuando sostengo firme una proposición (que no sé muy bien por dónde agarrarlas, y en ello me asiste el gran Willard Van Ormand Quine, que las ningunea sin más, y desde un punto de vista lógico) trato de enunciarla breve y claro, siendo lo demás ripio y jugueteo del que todo lector serio, y con cosas más importantes que hacer, puede prescindir). Sobre lo que no se puede hablar es mejor callarse, le traducen a Wittgenstein; y en eso no puedo no estar de acuerdo con él [El otro día pensé en comenzar un texto sobre las proposiciones del Tractatus que no entiendo, y es un laburo de la gran flauta, porque no estoy seguro de entender la mayoría (la de callarse creo entenderla; y también una del principio en la que dice que cree haber resuelto definitivamente los problemas, en lo que se equivocaba, porque unos decenios después parece que ya no opinaba lo mismo...) y creo que empezaría por esa en la que dice incidentalmente que los objetos son incoloros)]. Pero yo estaba hablando de Deleuze, para relacionar el tramo de Espinoza con el mismísimo comienzo de este pequeño escrito, que ya se va prolongando mucho, en el que hablaba de mi interés por los conceptos. Deleuze dice, en un libro que busca precisar el concepto de filosofía (en un lenguaje no pocas veces abstruso, y en su momento vapuleado por el famoso Sokal) que la filosofía tiene como actividad propia la creación de conceptos. En ese sentido yo no soy filósofo. Si supiera lo que son los conceptos (creados o no) preferiría definirme como tester de conceptos (ponerlos a prueba para ver si resisten, o filosofar a martillazos, para robar una frase que me gusta muchísimo; los que resisten son conceptos robustos, los que mejoran con los golpes, antifrágiles, y los que no resisten... Bueh, no resisten (sin parar ni un segundo de robar ideas ajenas, de Nassim Taleb en las líneas más recientes)). Aunque me gusta más definirme como malabarista conceptual y pirotécnico verbal, con una cierta ética decimonónica cuasipositivista, si uno le cree a interlocutores y detractores que he encontrado por ahí, de intentar adquirir herramientas de objetivación (por si alguna vez es necesario encoger un poco del Ego para ver qué hay en eso que es más grande que nosotros y de lo que formamos parte, llámese mundo, o la burbuja personal, como me gusta decir un poco en chiste, y un poco para hacer gala de subjetivismo disciplinado y fenomenológico). Podría expresarlo de otro modo diciendo que me gusta recorrer conceptos, métodos y técnicas de la ciencia y la filosofía para escrutar si tienen trucos que sumar al repertorio más venerable de la sabiduría de los antiguos y de las abuelitas. Labor de escombrero conceptual, que busca hacer lugar para lo importante (lo subjetivamente importante, sin mucha pretensión de universalidad). Explorador de ciertos nodos de nuestra "red conceptual". Al menos de las cosas que sobre ellos se han escrito en libros, esos objetos a los que apuesto todo el tiempo en el sentido más estrictamente monetario y tangible de la palabra, y otras formas de soporte de la escritura. Me intrigan conceptos (para empezar, el mismísimo concepto del concepto) y me gustan los libros.
OPACIDAD REFERENCIAL Y LA ÉTICA DEL SILENCIO
Por eso lo repito: los conceptos me interesan, Deleuze o no Deleuze. Entre otras cosas porque no sé si existen (nunca vide), aunque cuando la gente empieza a creer en ellos ocurren cosas a nivel material (por ejemplo, el concepto de papel moneda, que uno se lo entrega al verdulero y obtiene a cambio vegetales para la ensalada, y que no radica sólo en la materialidad del papel, porque el dichoso ente pierde la magia, hablando otra vez de conductas semióticas, según fronteras espacio-temporales algo difusas, por no mencionar los humores y/o meteduras de pata de algunos funcionarios y funcionarias). Por lo pronto, estoy intentando entender si hay algo a lo que hagamos referencia cuando hablamos de conceptos (siguiendo de forma muy idiosincrásica una indicación de Frege relativa a la conveniencia, a la hora de evaluar conceptos, de pispiar si hay algún objeto al que se aplique), masomenos como uno sabe que hay algo a lo que hace referencia al hablar de vasos (osea los mismísimos vasos, esos en los que uno se sirve líquidos para beber, y que suelen haberlos de vidrio, plástico, metal, etc...). Y si alguien me pregunta por un vaso, le muestro uno si tengo a mano, y confío bastante en mi habilidad para reconocer esa clase de entidades que, si le preguntan a otro de mi misma comunidad lingüística (en mi barrio decimos jocosamente que hablamos en coya básico), creo que también diría (en una de esas poniendo cara de qué le pasa a éste que anda preguntando obviedades estúpidas por la vida (Es un vaso, hombre!! Que acaso le han amputao los ojos cual Edipo en su momento más tragédico!!)) que un vaso es un vaso es un vaso. Ahora bien, si me piden que muestre un concepto, como quien esgrime un vaso, no sé muy bien qué haría. Mi entendimiento suele ser tierra yerma para cierta clase de materias sutiles. Pero le juro que yo igual le pongo ganas y buena voluntad, y quizá en el futuro prolongue estas pobres y caóticas meditaciones, intentando que la inspiración me encuentre trabajando, y alguna musa quiera servirse de mí para que ese misterioso hecho estético, esa revelación instantánea, ocurra a través de un humilde servidor, que sólo ejercita sus técnicas, a la espera de algo para decir que valga el abandonar deliberadamente la sana elocuencia de un buen silencio. En apretado aforismo diríase: el silencio es una opción sabia, y yo parezco violar el precepto cada vez que lo enuncio. Ya me callo. Lo juro. Y eso es una cosa que no sé si puedo hacer con palabras (o con conceptos).
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