sábado, 16 de junio de 2012

Interdicto



A un Tranco de
Cordura
Me permito sólo
Admirarte.

Mezquinaré, dolorosamente, la
Pulgada
Que me libre a mi
Deseo.

Y Nunca madrugaré en tu
Abrazo,
Mi Niña Querida,
Nunca...

Complemento I


Un día se levantó, sintió que ya no llevaba peso encima y elevó una humilde plegaria a algún panteón. No vaya a ser que algo exista. Pero no fue una apuesta pascaliana. Más bien un reflejo de pensar que el todo es más que la simple suma de las partes, o de suponer que uno no es lo más grande que hay. En todo caso, al viejo tiempo y al dulce olvido había que rendirles algún tributo. Dicho sin ambages: una leve inclinación hacia lo sagrado. Eso que los intelectuales nunca terminan de comprender, y que traducen a su filisteísmo barato.

Disfrutó su café doble al ritmo de cada inhalación, sintiendo que el aire llenaba plenamente sus pulmones. Las medialunas saladas de la estación de servicio estaban tan buenas como siempre. El noticiero de fondo no pudo capturar su atención como era costumbre, pero tampoco tenía ganas de leer. Simplemente miraba a través del vidrio las plantas y los edificios de fondo, sin fijar la vista en nada, y sintiendo la consciencia ingrávida y vasta. Todo y nada parecían abombarse en el fondo de su cabeza. Sin pesadez, sin atención. Volvió en sí después de un rato pensando en unos versos que había apurado tiempo atrás y por otras razones:

                “Qué lástima que tu recuerdo ya no lastime…”

Le pareció un juego de palabras simpático, pero era necesario construir otros para cristalizar su micromundo actual. También supo instantáneamente que no sería favorecido con la revelación por el momento, así que miró una mirada que le fue devuelta. Y sonrió.

En las burbujas de la soda del café encontró una respuesta. Quizá no la correcta, pero al menos tan buena como cualquier otra. Siempre tuvo inclinación por lo verdadero. Aunque sabía desde años antes que no sólo la verdad es eficaz. Todo un asunto. Pero al menos tenía el aspecto de una respuesta suficientemente clara: le habían devuelto su alma. Los secuestradores hacía rato que ya no tenían presencia física en su entorno, pero por alguna razón la cosa no terminaba de cerrar. Un muy buen sueño, parece, fue la excusa ideal para el reencuentro que, como todo lo bueno, no pudo más que ocurrir en silencio. Ahora que había vuelto, pensó, podría entregarla de nuevo cuando se alineasen los planetas. Aunque desde el sótano poco profundo de algún inconsciente le brotó cierta incomodidad. No sería en estos días, pensó con algo de melancolía, fugaz por suerte. Tendría que hacerle cuidados intensivos por un tiempo. Los secuestradores son malos nutricionistas, en particular en lo que a almas se refiere.

Salió del veinticuatro horas donde le gustaba el café y las medialunas saladas (y también los pastelitos con membrillo). El aire de la mañana temprano estaba muy fresco como le gusta cuando quiere caminar. Completo y libre, otra vez…