Ya no sé cuánto tiempo más habrá que esperar para que todo vuelva a la normalidad ¿O será que cuando las cosas se sacudían en la locura era mejor? La vida tiene esa cualidad de ponernos a veces en situaciones en las que ninguna de las opciones es mejor. Nos obliga a tirar la moneda y resignarnos sopesando mal sobre mal. Pero con la certeza de que ninguna decisión podrá conformarnos.
Hoy dejo latir un pulso que quizá sería mejor silenciar. Tecleo, y mientras tanto tomo conciencia: no me va a salir nada que no sea áspero y desencantado. Al menos espero que sirva para escupir fantasmas, para purgar un rato el extravío. Para huir de la debilidad autoimpuesta de no aceptar las cosas tal como son. Y entonces las acepto.
Muerdo rabia, vomito furia, elevo una maldición prepotente y, al final, decido convertir todo este melodrama en virtudes que, más tarde o más temprano, he de capitalizar. La derrota no es una opción.
lunes, 21 de julio de 2008
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