miércoles, 2 de mayo de 2012

Salta no existe, o la perfección del capitalismo


(Debo a Pancho y al Oso ideas esenciales)

Las empanadas están en el borde inferior de la religión. Hay gente que se juega, en duelos gauchescos, la vida, y por qué no la bolsa, vociferando cuchillo en mano la receta, y echando espuma por la boca al espetar, en estocada final, el secreto de la cantidad precisa de comino en el relleno. La receta que, al parecer, Moisés recibió del mismísimo Chuck Norris en el Monte Sinahí. Tengo entendido que se ha fusilado, en ritos militares improvisados al efecto, con cuadros de tiro en los que la mitad son churrinches para mayor saña, o quizá sólo de pobreza, a denostados herejes que fueron lo bastante ingenuos como para sostener en público que no consideraban un pecado mortal el inserte casual de pasas de uva en ella: La Empanada. En mis pagos La Empanada está en el umbral inferior de lo sacro.

En realidad, bien vista la cosa, y con cara de filósofo analítico: la empanada no existe. Es una entelequia. Es la idea de poner un guiso adentro de una masa, decía un ateo que se creía vivo. Y ponía cara de sagaz cuando se imaginaba desarmando dialécticamente a los contrincantes con una sencilla pregunta: ¿Cual es el límite entre una empanada y un calzón napolitano? Hay tantas recetas que La Empanada es como el nombre de la rosa ¿Donde queda la empanada en sí platónica cuando las doñas retiran de la ventana el cartel de "se vende empanada"? Así, sin un plural que tenga la onda de coordinar el concepto (puesto que es de suponer, por caridad interpretativa, que se vende más de una... Por lo menos tres, piensa uno, sin poder evitar acordarse de Luis Brandoni diciendo "tres empanadas"; aunque en realidad nunca dice exactamente "tres empanadas", como tampoco maquiavelo dijo, literalmente, "el fin justifica los medios", pero andá a discutirle a una tradición... Es más fácil callar un chancho a palos. Es como meterse con el Che o la Madre Teresa de Calcuta, que a veces la misma persona defiende conjuntamente, sin atisbar el más mínimo esbozo de sensibilidad a la contradicción ideológica. La monja y el Che son sagrados. Igual que la empanada.)

En fin, la doña pone el cartel de "se vende empanada", por encima del mas choricero "se vende juguito" (a lo que debemos aplicar, mutatis mutandis, consideraciones en completo análogas a las que ya se hicieron más arriba, con la excepcion de que el juguito no es sagrado, sino más bien una muestra de lo bajo que la iniciativa empresarial cae en nuestro país, y eso ya desde la más tierna infancia), decía, del cartel "se vende juguito" de los mellis, y el salame de su vecino el rulo, que no entiende nada, pero que los mellis sumaron al negocio para no dejarlo fuera.

Volviendo al tema principal, La Empanada es, por lo menos, según mi absolutamente incorroborada opinión, el sostén de la economía de Salta. Sino pregúntense: ¿Cuantas doñas ponen el cartel en la ventana de "se vende empanada" por fin de semana en innumerables vecindades de Salta? Son, literalmente, innumerables. El comercio de La Empanada, la que se vende en singular, con lo que, poniéndole mucha onda y hermenéutica dulcemente paternalista, casi peronista, diríamos que es porque quieren elevar el mensaje subliminal de que su modulación particular de la entelequia es única dentro de la realidad oceánica del volumen total de la competencia. Es decir del conjunto de doñas que se dieron a la maratonica y olímpica tarea de amasar empanadas en cantidad tan innumerable como innumerables son las doñas que venden La Empanada, la sagrada Empanada en singular, en muchísimas unidades habitacionales de nuestra gloriosa comarca. La Empanada, ese noble Arquetipo suscitador de pasiones encendidas, y su informal comercio, es ubicua. Yo estoy convencido que el comercio informal de La Empanada sostiene la economía de Salta, y porqué no, ya que los salteños somos tan exagerados como el resto de los argentinos, o quizá un poquitito menos, la mismísima economía universal, y todo eso de la soja no es más que un control propagandístico que nos quiere velar la realidad subyacente de la economía corporativa.

Yo, dada la ubicuidad sorprendente de La empanada, que lo pongo en minúscula y comienzo a recelar la posibilidad de ofender a algún gaucho estalinista, de esos que sacan el facón ante la sola idea de ponerle pasa de uva a La Empanada, lo vuelvo a poner en mayúsculas porque la sola idea de malenquistarme con esa gente me da mas miedo que decirle que Freud era maricón a un lacaniano. Pero volviendo a la ubicuidad de La Empanada, dije al comenzar el párrafo "Yo", porque ahora tengo que hablar de mí como todo tipo egocéntrico, para decir que a veces tengo ideas geniales y no las pongo en práctica de puro vago, y otros casi tan vagos como yo me las roban, las mutilan, les liman las complejidades y las venden en cómodas dosis, como los juguitos de los mellis con el tarado del rulo. O La Empanada de las doñas. Mi idea genial ni siquiera era práctica, era teórica.

Mi idea era que, dada la ubicuidad del comercio informal, y semi formal, en microemprendimientos y pequeñas y medianas empresas, de La Empanada, era imposible ponerla en forma de franquicia. ¿Quien te va a creer una marca registrada "La Empanada"? La Empanada es de las doñas y los gauchos, y de todos nosotros, que andamos abultando el ombligo detrás de una Empanada fritanga en el carrito en el que la doña la frita, y te la vende en un trozo de papel madera junto con los beverages, algunos etílicos y otros no, o la mezcla del vino con coca. Entonces yo pensaba, ingenuamente claro, porque a uno siempre le queda algo medio zurdito adentro, sobre todo si se hace el escribiente y estudió humanidades, que La Empanada es tan popular, y sagrada para los gauchos de verdad, no como yo que soy un farsante, que era impermeable al capitalismo. Simplemente no es creíble una franquicia de la empanada. Me parecía un axioma tan claro como el axioma de las paralelas de Euclides, el popular quinto axioma, creo, o al menos como el cogito ergo sum de Descartes. Pero un amigo, que tiene mucho más mentalidad comercial que yo, que cualquiera la tiene, dicho sea se paso, porque yo de eso nadas, me retruca que aquí no puede andar. Pero andá y montá la franquicia La Empanada en Atlanta ¡Atlanta! Es como el Eureka de Arquímedes. El punto arquimédico que, si no mover el universo, al menos permitiría torcerle el brazo a la sacralidad local de La Empanada ¡Genial! Poner la franquicia AFUERA, en el mismo IMPERIO, e invadir todo desde allí. Y los yanquis, que escuchan las conversaciones que uno tiene a través del micrófono del celular que uno lleva en el bolsillo, escucharon mi atrevimiento de desafiar la omnipotencia del capitalismo global con mi humilde y kuschiana religioncita de gauchos, ósea el carácter sagrado de La Empanada, y la idea de mi amigo de fundar la franquicia en Atlanta, y lo hicieron, pero a lo GRANDE. Tanto, que una versión diluída y estándar, con pasa de uva, de La Empanada, llegó a hacerse mas famosa que la Big Mac, que hoy es más importante que el patrón oro, según dice un amigo mío, que además es un groso, porque, entre otras cosas, es amigo en serio del Bafle Montaldi, no como los demás que sólo lo somos cuando la cana nos para manejando machao y nos quieren hacer la alcoholemia, y eso es casi como ser amigo de Chuck Norris. O de Bruce Lee, por lo menos. La cuestión es que surgió un movimiento separatista y reivindicativo, que lideraba un cacique con títulos no del todo claros, aunque siempre conviene, si uno va a reclamar derechos originarios, poner alguien de pueblos originarios a la cabeza del reclamo, aunque sea medio apócrifo, total ¿Quien se va a dar cuenta? Incluso cuando en los pueblos originarios mucho no se sabía de La Empanada, que es un objeto sagrado más bien postrero. Pero la cosa es que el Movimiento intentó, no sin bastante razón, pleitearle a la franquicia corporativa multinacional worldwide La Empanada, de Atlanta, sus derechos, para volver a atomizarlos en el acto solemne de devolver La Empanada a las doñas y los gauchos del noble pueblo del valle de Salta, y a todos nosotros, que nos damos a la gula, a pata suelta, cuando de La Empanada se trata, sobre todo si es fritanga en pella con vino tinto o, más recientemente, La Birra (que evoluciona hacia la sacralidad, entre los más pibes). Fue entonces que, como me imaginé automáticamente que sucedería después de escuchar la idea de fundar la franquicia en Atlanta, la corporación decidió destruir Salta, y borrar toda huella de que alguien haya inventado La Empanada fuera de Atlanta. Total, después le pagan a un escritorzuelo como yo para que escriba un guión explicando que la empanada es de Atlanta. A los iraquíes no les perdonan que ellos hayan inventado la escritura, y los siguen invadiendo de onda, porque pueden, nomás. E inventan carteles gigantes a lo Vegas, porque si alguien inventó la escritura, ellos lo pueden llevar a un nivel aun más GRANDE. En fin, la cuestión es que mandaron sendos batallones de negros y portorriqueños, que, sin saber muy bien a qué venía todo el rollo, destruyeron prolijamente todo vestigio de Salta, cual Roma y Cartago, lanzando misiles a lo Robotech (y dejando intacto El Paraíso, porque son brutales, pero no tontos para los negocios, y reservarlo a los fines de montar un COUNTRY GRANDE, ayuno de toda clase de pobres, donde puedan hacer escala Brad Pitt y Angelina Jolie cuando vayan a dar de comer a un par de pibes panzudos de Sierra Leona, o algo así). Chau Salta. La empanada es de Atlanta, y punto. Y es más GRANDE que la empanada salteña, que nunca existió. Ontológicamente por ser una entelequia. Pero en términos más prosaicos, simplemente porque los Marines se aseguraron de ello.

Ahí me dí cuenta de que mi idea, puramente teórica, la resistencia de La Empanada a ser reducida a franquicia, mi solitaria, triste, pura, prístina, intelectualoide, curiosidad intelectual e hybris teorética, de saber si La Empanada era resistente al capitalismo, había precipitado la extinción de mis comprovincianos y de todo el paisaje y/o topología circundantes por obra y gracia de la iniciativa del capitalismo global. Y todo porque los yanquis siempre tienen que pensar en GRANDE. Ellos tienen que tener más. Para ellos no es una opción psicológicamente viable la idea de que alguien tenga algo más GRANDE. Es como el vecino del barrio que, cuando éramos chicos, sus padres tenían más plata, o más disposición de comprarle cuanta pelotudez se le cruzaba por la cabeza al muy gordo bala nene de su mama, y si vos te comprabas un autito de cinco guitas él al rato tenía que aparecer con uno de seis. Así son los yanquis, que tienen una relación simbiótica con el capitalismo. Porque NADIE puede tener algo, y ellos no. Te roban la idea y la hacen GRANDE. Aunque le estrujen y exterminen, pasándole el trapo de piso, hasta el último hálito de algo sagrado, profundo, y de buen gusto. Lo van a hacer GRANDE. Y tienen una frase maravillosa, los amo cuando la dicen, y sacan a brillar su más pueril y hermosa brutalidad. Ellos lo van a hacer BIG TIME. En pantalla gigante, y van a contratar a gente más grosa de la que vos podrías pagar, que vendería su alma igual que yo a los yanquis para que ellos hagan algo GRANDE. Porque yo, soy argento, señor, y con las monedas que los yanquis me paguen para tener DERECHO a hacer algo GRANDE yo, que soy mediano y vago, me paro para el resto del viaje.

Yo escribo un guión, ponele. Creatividad tercermundista pura, de ladri argento que la quiere zafar de una buena vez, porque en el colectivo se va muy apretao, y más cuando hace calor. Me compran el guión en el que, por una vez en la vida, laburé con martillo y cincel como seis meses. Más tiempo no, porque es mentira. Yo no soy ningún ruso de esos que escriben novelas por metro, como chorrocientas páginas ¿De qué? De nieve. ¡Qué mas mierda va a haber en Rusia! Así derrotaron los rusos a Hitler y Napoleón, y un ruso no es mucho más que un argentino. Pero se los comen crudos a todos porque tienen cantidade insanas de nieve y con eso les sacan hurta a sus contrincantes. Y claro, ellos se bancan toda esa nieve porque son rusos, y eso es groso. Pero no, los yanquis les tenían que ganar. Aunque el país de ellos fuera más grande. Los yanquis les ganaron, dicen ellos en History Channel, la guerra fría, nada más que para ser más GRANDE. Ya que no físicamente, al menos en los libros de historia. Y como sabían que los rusos son capos aguantandose volúmenes insanos de nieve, y escribiendo novelas muy grandes, se abstienen, con muy buen criterio, de hacer la gran Hitler-Napoleón, empantanándose de forma irreversible en cantidades increíbles de agua bajo cero, pero les sacan las novelas, y le pagan para convertirlas en guión cinematográfico a un escritorzuelo, como yo, una cantidad X de plata, que para mí es un toco pero para ellos es la plata con la que compran chicle o tabaco para mascar. Y al ejecutivo que me paga, otro ejecutivo, desde Atlanta, le dice por celular megasatelital, sin que le importe si yo escucho o no, que me pague lo que yo quiera, total soy un pelagatos del tercer mundo sin bastante mentalidad comercial como para pedir algo suficientemente GRANDE como para que a ellos les haga sudar un poquitito la palma de la mano. E inspirados, vagamente, en mi guión, al que le falta una genuina vocación de ser GRANDE, porque ciertamente yo soy bastante mediano, te hacen un Doctor Zhivago, que bien vista no es una peli tan grosa como dicen, es más, nunca la pude terminar de ver, y te monopolizan la mente con SU VERSIÓN GRANDE de lo que es un Ruso. Y esa es mi representación de un ruso. Gente que se ve como los que salen en la peli del Dr. Zhivago.  Y para mí, culpa de que nadie me protegió la mente o me blindó el cerebro contra las brutalidades de la cultura pop, un ruso es como Omar Shariff... ¡Omar Shariff! ¡Cómo va a ser un ruso como Omar Shariff! ¡Si parece el hermano gemelo de Sadam Hussein! Pero los yanquis te compran el libreto, lo hacen GRANDE, te pagan el vuelto tercermundista que vos les cobras, sacando hurtas como buen argento, pero ellos ni se enteran porque tienen mas plata aún, aunque yo de esa manera me pararía para el resto del viaje. Porque con mi guioncito intelectualoide, uno no pasa de algún festival de cine independiente, en algún país de Europa del Este (donde están, dicho sea de paso, algunas de las mujeres más hermosas del universo), de esos que parecen una quermés de mi barrio, y donde los autoproclamados artistas de la dirección y el guión usan polera negra abajo del saco, y barbita, una pipa los más osados que no temen al cliché, y anteojos de John Lennon, pero más ordinarios. Pero, si uno tiene mucha suerte, los yanquis te pagan novecientos mil dolares por tu guión, que para ellos es como nada, se lo dan a otro escritorzuelo de Nueva York, que les va a cobrar cuatro veces más que yo, para que le mutile la parte intelectual, la ironía sutil, y el escaso buen gusto que yo haya podido inocularle, y lo convierten en una basura de éxito internacional que recauda chorrocientos millones de dolares más de lo que me pagaron a mí, que es un vueltito, pero yo con eso me paro para el resto del viaje, y me garantiza una rentita vitalicia, y no laburo nunca más. Además, mi nombre sale en letra de molde, en alguna parte al final de los créditos, por haber sido el pobre sudaca que tuvo el embrión de idea, aunque no pudo hacerlo GRANDE, y por ello le vendió el libreto a los yanquis (aunque eso no sale impreso GRANDE). Y por eso el capitalismo es perfecto en su dinámica, y su inexorable lógica hace que mi humilde idea de que La Empanada podía resistir fuera ingenua, y por eso Salta ya no existe. Culpa de que unos chispazos neurales de mi pobre cerebro simiesco produjeron la ingenua y curiosa idea, muy mediana para el estándar yanqui, de que no era factible una franquicia que lleve por marca registrada: La Empanada.

Anonadado, habiendo encontrado un ejemplo concreto, y tangibilizable al absurdo, de la astucia de la razón de Hegel, entendió para siempre que, como lo había sospechado desde un principio, el universo era una gran conspiración, aunque berreta. La Bizarra y huerfanamente conspirativa revelación lo dejó en estado de pavor y temblor por más tiempo del que es recomendable para la salud mental. Aunque la plata que le pagaron para escribir el libreto, junto con un pasaje para huir de Salta ante la destrucción inminente, amen de unos buenos whiskies cada vez menos espaciados entre dosis y dosis, le mantenían la consciencia masomenos anestesiada. De vez en cuando un paseo por la mansión de Heff, fumando uno que otro churro, lo hacía olvidarse completamente de todo.